martes, 3 de noviembre de 2015

La violencia vial también tiene género (Por Sonia Santoro)

Ema Cibotti es historiadora. Desde la muerte de su hijo Manuel, atropellado, investiga las marcas que la violencia del hombre despliega en la conducción de vehículos. Sostiene que la violencia vial también es violencia de género.


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Ema Cibotti sostiene que la violencia vial y la de género tienen un denominador común.
Hace unas semanas un hombre tiró a su novia del auto en la Panamericana. En abril una mujer fue hallada muerta en el lago Lacar. Se sospecha que su ex pareja desbarrancó con la camioneta intencionalmente. La violencia de género y la violencia vial tienen una conexión: se refuerzan, son concomitantes, dice Ema Cibotti. “En la Argentina se visibilizan cada vez más los casos de violencia de género que culminan con un atropello o embestida contra la mujer golpeada por parte del agresor o contra un tercero”, define esta historiadora feminista, que batalla desde hace años para que se empiece a poner la lupa en los que considera mal llamados “accidentes” de tránsito.
Cibotti es historiadora. Escribió numerosos artículos y textos de historia social argentina. Su último libro es Historias mínimas de nuestra historia. También elige que se la reconozca como “madre de Manuel, víctima de tránsito”. La muerte de su hijo, Manuel Lischinsky de 18 años, atropellado en el Monumento de los Españoles el 14 de mayo de 2006, la impulsó a integrar redes de lucha contra la violencia vial. Fundó y preside la Asociación Civil Trabajar Contra la Inseguridad y la Violencia Vial (Activvas). Los domingos de 14 a 15 conduce el programa S.O.S. Factor Humano, por 1030 Del Plata donde difunde esta problemática.

–Dice que “violencia de género es violencia vial”, ¿cómo llegó a esa idea?

–Observación directa. Pero así es, asistí y asisto a estas manifestaciones de violencias cruzadas desde hace años. Fui testigo de una discusión laboral entre un maltratador y su empleada: “Si te veo en la calle, te tiro el auto encima”. También escuché anécdotas que se suponen risueñas y no lo son en absoluto: un varón amigo recordaba que años atrás era común el siguiente consejo entre amigos casados si la esposa los molestaba: “Tirale el auto encima”. La experiencia dice que un varón golpeador no se sube al auto para manejar con prudencia. Pero además, como son formas de violencia que se refuerzan, las noticias llegan a los diarios, y no sólo en la Argentina se visibilizan cada vez más los casos de violencia de género que culminan con un atropello o embestida contra la mujer golpeada por parte del agresor o contra un tercero. El auto usado como un arma es un concepto resistido por los penalistas argentinos pero ya aceptado en otras geografías. No hay que bucear mucho para entender por qué se combinan en la mente del violento. La razón es la misma: culpan siempre a su víctima; tanto el conductor violento como el varón violento se autojustifican y se presentan siempre como el ofendido. Durante mucho tiempo estos violentos de libro lograron que los tribunales los admitieran como autores involuntarios de crímenes pasionales y/o de meros accidentes viales, ambos hechos con escaso valor penal y rodeado de atenuantes. En el pasado todas las sociedades relativizaron estas formas de violencia, pero desde hace años han empezado a dejar de hacerlo. Creo que la nuestra comenzó a reconocer los estragos criminales de la violencia de género, pero todavía no reacciona contra la violencia vial.

-¿Hay estudios que vinculen la violencia de género con violencia en el tránsito?

–Las primeras observaciones del vínculo entre ambas formas de violencia no las encontré en la Academia, sino en la casuística judicial, y no en la Argentina sino en España, en donde jueces y fiscales establecían una simple relación entre la conducta del golpeador y la del transgresor en el tráfico, calificándolas como un delito. Desgraciadamente observo que no hay continuidad en la producción de estos enfoques pioneros y falta mayor impulso de los organismos internacionales que tienen en principio sensibilidad en esta materia. De hecho lo que yo misma publiqué al respecto apenas circuló, aunque sí conté con el apoyo de la Agencia Nacional de Seguridad Vial que tiene equipos de profesionales muy conscientes de la necesidad de perseguir el flagelo vial bajo todas sus manifestaciones y sin excepciones. Hay una dimensión que si está mejor cubierta en el país con investigadores que han estudiado la dominación masculina en el tránsito como Rosa N. Geldstein, Pablo Francisco Di Leo y Silvina Ramos Margarido. Y abordajes desde la psiquiatría o la psicología que ponen el foco en la adicción al riesgo vial, a la velocidad, como propone el doctor Fernando Dolce. Manejar quemando gomas, violentar la senda peatonal, no respetar nunca los semáforos ni la velocidad permitida, presuponen un tipo de conducción violenta, definible como tal, y previsible en sus efectos letales, exactamente como lo es la agresión creciente y sistemática, desde lo verbal hasta lo físico, con la que un golpeador lesiona a una mujer, simplemente por ser mujer. Ambas formas de violencia están anticipadas en una escalada que por supuesto, resulta previsible, y por lo tanto es evitable.

–¿Considera que es una forma más de expresión de la violencia de género?

–Creo que son violencias concomitantes que no pueden subsumirse una en otra. Impactan de diferente manera. La violencia vial es más visible pero está más naturalizada, una paradoja. Por ejemplo, el conductor de un auto de alta gama que transgrede todas las normas de tránsito, se va topando con los coches y los va apartando, aterroriza a peatones, y cruza con semáforos en rojo, es “admirado” por algunos usuarios de la vía.

–¿Las calles, los autos, el tránsito siguen siendo territorio masculino?

–La calle todavía es cosa de hombres, porque en la “selva de cemento” rige aún la ley del más fuerte. Todavía en nuestras ciudades es común que las mujeres ocupen de manera disminuida el espacio vial. En principio, como conductoras, circulan con niños o mayores a cargo porque además en mucha menor medida que los varones, manejan solas. Pero en mayor proporción que los varones, son peatonas, y llevan niños y van cargadas con las tareas domésticas. Y basta pararse en cualquier esquina de un barrio atravesado por avenidas aptas para el transporte de carga –conducido por varones–, para ver a las 7.30 a las mujeres lidiando con ese tránsito desenfrenado, intentando cruzar con los hijos que llevan a la escuela. En países como el nuestro, en donde la prioridad de paso del peatón/a no es respetada por los vehículos, el uso de la calzada y la vereda se transforman en un clara expresión no solo de la brecha social, sino también de la brecha de género y estas inequidades son las dos formas principales que revisten la inseguridad y la violencia vial.

–Para muchas mujeres sigue siendo un problema aprender a manejar. ¿Por qué cree que persiste esta dificultad?

–La velocidad conlleva agresividad. En la Argentina se maneja mal y rápido, la conducción no es ni prudente ni defensiva. Para las mujeres es evidentemente intimidatoria. ¿Por qué hay que ser prepotente y meter la trompa del auto para cruzar la bocacalle? ¿Qué clase de habilidad al volante es ésa? Hay malas prácticas al volante que se “venden” como buenas. La señal de Pare en nuestro país está dibujada, nadie la respeta y, sin embargo es fundamental, aporta autocontrol y calma el tránsito para asegurar la vía pública en beneficio de todos.

–¿Qué habría que hacer para cambiar esto?

–En primer lugar en nuestro país tiene que haber un cambio de perspectiva. Así como golpear a una mujer no es cosa de “caballeros”, tampoco debería serlo la transgresión vial. El ex fiscal coordinador de Seguridad Vial de España, Bartolomé Vargas, comentó en Buenos Aires que para poder penalizar primero tuvo que cambiar lo que en la jerga judicial española se definía como un delito de “caballeros”, de “gente honrada”. Esta idea predomina todavía en nuestro país que naturaliza la violencia vial: si se trata de “gente como uno”, dicen los jueces, ¿por qué condenarlos con penas de cumplimiento efectivo, si no son personas asesinas? Un paradigma muy similar gobernó hasta hace un tiempo la violencia de género y la violencia doméstica. La rotunda afirmación de Vargas: “La violencia vial es capitalismo salvaje”, inscribe el flagelo vial en la perspectiva que creo hay que adoptar para entender la profundidad del fenómeno, que tiene un componente clasista también y mide el estatus personal a partir de un auto por cabeza. A Vargas no le tembló el pulso para enviar a la cárcel española a los violentos viales, como tampoco les tiembla el pulso a los suecos, franceses o chilenos. En todos estos países los controles son continuos y las sanciones severas son de cumplimiento efectivo. La tolerancia 0 al alcohol al volante está incorporada y las penas de prisión se aplican.

–¿Cómo se previene la violencia de género en las calles?

–La vía pública es o debería ser portadora de equidad social. Si funciona como una fuente de redistribución de recursos materiales y simbólicos, y de ejercicio de derechos sin discriminaciones, se podrá equiparar a todos los usuarios de la misma y se potenciarán los resortes de la cooperación, lo que permitiría disminuir los niveles de violencias: vial, de género, común. Calzadas y veredas bien delimitadas y en buen estado y prioridad a las áreas peatonales, los refugios para pasajeros, las rampas en las esquinas, el transporte público de gran alcance urbano que desaliente el uso de vehículos particulares, rutas transitables y demarcadas, todos ellos son elementos indispensables para alcanzar un umbral de equidad vial.

Página/12Sociedad|Martes, 6 de octubre de 2015

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